Todavía amamantando

Todavía amamantando

Categories: Breastfeeding Today, Español, Global Community

Angela Dawson, Bristol, Reino Unido
Traducido por Jenny Pérez G., Santiago, Chile

Todavía estoy amamantando a mi hijo de tres años, quien tiene síndrome de Down.

Dos años, 51 semanas. Cuatro años, nueve meses. Tres años, 51 días y seguimos contando.

En los últimos 12 años, he estado aproximadamente 17 meses sin amamantar. No digo esto para alardear. En verdad, estoy un poco perpleja al advertir que mi historia de lactancia todavía continúa. Pasé mucho tiempo como enfermera de adultos con enfermedades crónicas. Nunca me imaginé que pasaría casi el mismo tiempo amamantando a mis hijos. Sin embargo ellos resultaron ser unos comelones que aman el pecho.

No fui bendecida con un pecho generoso, mi Nana se refería a él como mis “dos huevos fritos”. Es una maravilla que ellos hayan hecho su trabajo tan bien.

Mi hijo menor no da señales de dejar mi bondad lechera. Soy una madre de mediana edad con las sienes grises, un poquito rellenita quien tiene un niño que amamanta. De nuevo. Él busca mi atención, ladea su cabeza y sonríe. Con sus dos manos hace la señal de leche.

“¿Quieres un poco de leche de tu mami?” le pregunto.

“Sip,” él dice, asintiendo firmemente.

Lo alzo, lo recuesto en mi regazo. Ya no es un dulce bultito que cabe entre mis brazos, él ahora se desparrama, con sus piernas colgando. Su ceja izquierda se arquea. La piel de arriba se arruga mientras él me mira. Su brazo libre levanta mi blusa para que todo el mundo vea. La piel desnuda, los senos y la barriga expuestos, me cubro rápidamente. Sus dedos me agarran y pellizcan mi piel. Algunas veces me dejan marcas de rasguño. “Tengo que recordar cortarte las uñas”, pienso, sin embargo sé que este pensamiento se irá de mi cabeza hasta la próxima vez que él me masajee los pechos. Esto de masajear el pecho tiene un propósito. Ayuda a que la leche fluya libremente, hace que él sea muy eficiente al tomar el pecho. Ayuda a que su cuerpo inquieto descanse. Lo calma. Sé todo esto, pero no puedo negar que a veces me vuelve loca. Dos collares de lactancia están en camino por correo. Cualquier día de estos, él tendrá algo más con qué jugar mientras toma pecho. Cuánto hubiera deseado haber pensado en esto hace años.

En la mañana siguiente a su nacimiento, la doctora vino a casa a visitarnos. Ella estaba muy preocupada por su obvio, pero todavía sin verificar, cromosoma extra. Ella habló de potenciales problemas cardiacos y otros efectos del síndrome de Down.

“Si él no se alimenta bien hoy, tendrá que ir al Hospital de Niños para que lo vea un pediatra”.

Me preguntaba cuál sería el resultado de tal visita. Me preguntaba cómo le iría a un recién nacido —con una madre que todavía sangraba—en tal ambiente. Me preguntaba cómo eso le ayudaría a él a hacer lo que todos los bebés saben cómo hacer. He pasado más de una década trabajando en varios hospitales. Son lugares de luces brillantes, ruido, enfermedad y bullicio. Ellos no están llenos del silencio reparador reverente en el que las madres y bebés necesitan estar sumergidos.

“Yo realmente no quiero hacer eso”, dije.

Lo que quería era tener una oportunidad para que mi hijo se reafirmara en un mundo de calor. No en uno de frialdad y miedo clínico. La doctora llamó al hospital. Después de una breve discusión, estaba decidido. Podíamos quedarnos en casa. Tenía que monitorear su peso y frecuencia de pañales mojados. Respiré un poco más tranquila. Nosotros le cantamos en esos primeros días, sus hermanos y yo. “Agárrate al pecho, Larry, agárrate al pecho. Agárrate al pecho, Larry, agárrate al pecho” una y otra vez con voces suaves, con la esperanza que esto le ayudara a hacer pipi y a pesar más.

Al tercer día, la matrona dijo, “Tienes que hacerle saber que hablas en serio”.

A pesar de que él engullía de los dos pechos cuando despertaba, las tomas eran cortas y dormía mucho. Me tomé sus palabras en serio. No podía estar segura de si él estaba mojando los cinco pañales requeridos diariamente. A partir de ese momento, envolví sus brazos y piernas suavemente en una mantita de lana tartán. Yo estaba decidida. La estudiante auxiliar de salud vino a casa. Desnudó a mi hijo. Lo acostó en la dura balanza plástica. Su peso había bajado. Yo no estaba alarmada. Era la tercera vez que lo pesaban desde su nacimiento. Tres balanzas diferentes. Tres personas diferentes —por supuesto que iba a haber discrepancias. Con frecuencia los bebés pierden peso en las primeras dos semanas sin provocar ningún daño y él estaba todavía dentro del rango aceptable.

La estudiante auxiliar de salud anunció que volvería en unos días; advirtió que mi hijo tendría que ver al doctor si seguía perdiendo peso. Nos enfocamos en nuestro ritmo de alimentación. Mis senos estaban llenos. Él los vaciaba y llenaba sus pañales. A medida que se acercaba la fecha de la cita, yo me llenaba de dudas y angustia. La amenaza de las balanzas pesaba en mi mente. Me sentía tensa cuando pensaba que mi hijo no había alcanzado el peso esperado. Él comía todo lo que podía —yo no podía hacerlo tomar más.

Yo no estaba lista para darme por vencida. Sabía que los anticuerpos en la leche materna fortalecían su sistema inmunológico. Estos le darían protección adicional contra las infecciones del pecho, los oídos y el estómago que aquejan a los niños con su condición. Yo sabía que la lactancia sería el mejor entrenamiento para su mandíbula y lengua, preparándolo para hablar en el futuro. Que su cerebro estaba literalmente creciendo con cada gota. Pero más que nada, yo sabía que esta cercanía estimulaba cada uno de sus sentidos y nos ayudaba a los dos a sentir más amor profundo. Mi decisión estaba tomada. Llamé a la clínica y dejé un mensaje.

“Lo siento por avisar tarde, pero voy a tener que cancelar la cita. No tengo ninguna preocupación acerca de mi hijo en este momento y estoy segura de que hay muchas otras mamás necesitan ayuda y pueden aprovechar su apoyo. Fue lindo conocerla. Gracias de nuevo por su ayuda”.

Hay que tener fuerza para seguir adelante cuando nos sentimos vulnerables y puestas en duda por las figuras de autoridad; hay una fuerza del instinto que surge del amor y del sentido interior. Estoy feliz de haber confiado en mis instintos y de haber podido amamantar a mi hijo.

Nota de la editora: PRECAUCIÓN: Siempre consulte con su médico si Ud. no tiene clara evidencia de que su bebé está creciendo.