Mi recuperación tras sufrir desórdenes alimentarios

Sarah Sites, Pittsburgh, PA, EEUU
Traducido por Inma Mellado, Madrid, Spain

He estado luchando contra un desorden alimentario desde que tenía 12 años. No recuerdo ningún momento en el que los pensamientos sobre comida y mi imagen corporal no ocuparan mi cerebro.

Durante años me traté mal a mí misma y deseé que mi vida acabase. Pero encontré luz al final del túnel. Conozco mujeres que perdieron la batalla, dejando un inmenso vacío en los corazones de sus amigos y familiares. He conectado con muchas mujeres maravillosas al compartir lo que realmente significa pasar por una experiencia así de complicada. Estas mujeres me inspiraron y me mantuvieron en el camino de la recuperación.

Los desórdenes alimentarios, como la mayoría de las enfermedades mentales, no son problemas de fácil definición. Las personas que los sufren tienen diferentes miedos, comportamientos, deseos o no deseos. No se trata de rellenar unas casillas con síntomas para obtener un diagnóstico de esta engañosa y mortal enfermedad. Para mí, la bulimia y la anorexia están entrelazadas en la misma pesadilla, son el yin y el yang. Me gustaría dar valor a aquellos que sienten que no hay esperanza. Si consigo inspirar a una sola persona a que le diga a alguien que está sufriendo, habré conseguido mi objetivo. No tienes que vivir el resto de tu vida consumido por un desorden alimentario.

Mis intentos de recuperación incluyeron meses de internamiento en un centro especializado. Ahora que soy madre entiendo cuánto debió de sufrir mi madre al verme luchar y no ser capaz de poner remedio. Cuando conocí a mi marido, comenzó mi recuperación. En los días en los que conocí a Jake , lo último que ocupaba mi mente era quedar con chicos. Me acababa de mudar a Pensilvania después de pasar un par de años en San Diego, con la idea de darle un nuevo “comienzo desde cero” a mi vida. Me había ido bien al principio en California, pero luego poco a poco las cosas fueron de mal en peor.

Al poco de regresar a Pittsburgh conocí a Jake, “el chico más guapo de la ciudad”. Unos días después quedamos y estamos juntos desde entonces. Le conté mi secreto oculto muy pronto, para mi sorpresa, no salió huyendo. Hicimos un pacto: llevar a cabo mis prácticas de desorden alimentario “no era una opción”. Él iba a estar allí para mí, para cuando yo le necesitase, pero quería mi compromiso de trabajar en la senda de la recuperación. Yo traía una enorme carga emocional conmigo que no iba a desaparecer fácilmente. En nuestro segundo aniversario de novios me propuso que nos casáramos, y lo hicimos el día después de nuestro tercer aniversario. Le dije que no quería casarme hasta que fuera capaz de comer un mordisco de mi tarta de boda.

Nuestra tarta de boda era de queso y calabaza, la foto que nos hicieron dándonos de comer el uno al otro es realmente especial para mí. No puedo soñar con ningún compañero de vida más cariñoso, que me cuide más o en quien pueda confiar más. Hasta que no me vi a mí misma a través de sus ojos no empecé a gustarme. He hecho pasar a Jake por muchas dificultades a lo largo de los años y ha sido mucho más fuerte de lo que él mismo pensaba que sería.

Me encantó quedarme embarazada por primera vez. Cuando estuve en California dejé de menstruar durante un año, en ese momento mi cuerpo estaba literalmente muerto de hambre. Temía haber dañado mi cuerpo tanto como para no ser capaz de quedarme embarazada. Pero allí estaban esas dos líneas rosas. Me hice como 10 tests para estar segura. Mi cuerpo ya no me pertenecía a mí sola: era el recipiente en el que hacer crecer y dar a luz a otro ser humano. Las decisiones que yo tomaba sobre qué meter en mi cuerpo ya no me concernían solo a mí misma. Tenía que cuidar de mí para poder cuidar de la vida que crecía en mi interior.

Comencé a respetar mi cuerpo. En lugar de dejar que me influyeran los pensamientos negativos a medida que mi cuerpo crecía y cambiaba, me enfoqué en lo milagroso que era dicho cambio. Dar a luz a Jack, aunque no ocurrió como yo había deseado y planeado, fue un renacimiento para mí: cuando nace un bebé también lo hace una madre. Comencé desde cero con mi nueva vida. Empecé a crecer en mi nuevo papel de madre y a encontrar mi propio camino, siguiendo a mi corazón.

El nacimiento de mi segundo hijo, Wyatt, tuvo lugar en casa con una matrona, de forma placentera y tranquila. Cuidé mucho mi cuerpo y mi alma, lo que me hizo confiar en mí misma y sentirme capacitada. Tras experimentar un parto sin intervenciones, aprecio mi cuerpo aún más.

Mi cuerpo produce leche suficiente para mis dos niños, ya que ¡hago tándem! En lugar de sentir que mis pechos están muy gordos y que no me gustan, que era lo que pensaba cuando abusaba de mi cuerpo, he aprendido a apreciarlos pues proveen una perfecta nutrición y confort a mis niños. Me siento bien amamantando a mis hijos hasta que superen la necesidad de hacerlo.

Para mí es importante hacer que mis hijos crezcan con confianza en sí mismos, tanto en su interior como en su aspecto.  Quiero enseñarles cómo tomar decisiones saludables sobre la comida y a tratar bien a sus propios cuerpos. Los pensamientos de blanco o negro siempre me han puesto en aprietos. Es todo o nada. Quiero que mis hijos experimenten la moderación y el equilibrio. Come cuando tengas hambre, para cuando te sientas saciado. Me muerdo la lengua cuando quiero quejarme sobre mi aspecto, sintiéndome gorda o fea. Quiero que tengan el mejor ejemplo posible. La maternidad es un espejo: estoy intentando ser lo que quiero que vean mis niños.

Mi recuperación no es como yo me la había imaginado. Me encantaría poder decir que me he librado por completo de mi desorden alimentario, pero para ser sincera, no es así. No puedes aislarte de la comida como un drogadicto se aislaría de las drogas. Tengo que comer. Tengo que vivir con la comida cada día y tengo que seguir recordándome que no es el enemigo. Aún hay un montón de “normas de comida” en mi cabeza, ciertos alimentos que nunca comeré, y miedo real a coger peso. A veces me doy cuenta de la irracionalidad de mis pensamientos negativos, pero la línea entre realidad e imaginación es muy borrosa cuando tienes tus pensamientos alterados por el desorden. Tengo mucha suerte de tener a mi lado a un hombre paciente que me recuerda una y otra vez lo que es real.

Todavía se me antoja a veces practicar mis desórdenes. La recuperación consiste en tomar decisiones saludables y combatir la voz de mi cabeza con la verdad. No sé si me veré alguna vez a mí misma sin el velo de la distorsión, pero quiero amarme.

La recuperación es un viaje, no un destino. Es levantarse cada mañana eligiendo vivir. No es una progresión lineal. Cada día es una oportunidad para comenzar de cero. He tenido muchos de esos nuevos comienzos. Un terapeuta me dijo una vez “haz la siguiente cosa correcta”  cuando me sentía perdida.

Me siento mejor conmigo misma cuando estoy activa. Los paseos diarios y el yoga realmente marcan la diferencia en cuanto a cómo me siento con mi cuerpo. Soy vegetariana y el hecho de que mi dieta incluya alimentos ecológicos e integrales, me hace sentir mejor a la hora de comer. No importa lo crítica que sea con mi cuerpo, mi marido y mis hijos me ven preciosa. Me merezco la felicidad y el amor. No deseo que los problemas de mi vida desaparezcan, me han hecho ser como soy y me han fortalecido.

Quiero ser mi mejor apoyo. Dejarse arrastrar por el remolino de la autodestrucción ya no es una opción para mí. Es importante cuidar de mí misma ya que cuidar de mí misma ES cuidar de mi familia. Como dijo Maya Angelou “Lo hago lo mejor posible ya que cuento con que tú cuentas conmigo.”