LLL Hoy #2 – Se necesita una aldea para amamantar a un bebé

¿Por qué hablar de aldea en una época de redes sociales interconectadas a escala mundial, en una época en la que podemos ver y oír a alguien que vive en el otro hemisferio, y consumimos lo que se produce en la otra punta del mundo? ¿Y por qué conformarnos con una aldea cuando tenemos el mundo al alcance de la mano?

Al alcance de un clic, pero no al alcance de unos brazos humanos… Brazos: lo que un bebé necesita y lo que un bebé espera encontrar cuando sale del vientre materno. Las necesidades de un bebé en 2023 son las mismas que las de un bebé del Paleolítico, cuando los humanos vivían en pequeños grupos de diez a cien personas. Por cierto, cien personas es el número aproximado de personas con las que se pueden mantener relaciones regulares y continuas[1].

Un bebé humano necesita una intensa cercanía física de sus cuidadores. Esto se debe a que los bebés nacen “prematuros”, ciertamente dotados de muchas habilidades para apegarse y crear vínculos[2], pero no independientes para sobrevivir. De hecho, incluso de adultos, ninguno de nosotras y nosotros es realmente independiente para sobrevivir. Nos necesitamos unos a otros para cobijarnos, protegernos del peligro, alimentarnos y también para reproducirnos. El bebé humano es tan vulnerable y dependiente al nacer y su necesidad de brazos protectores y de apoyo es tan intensa, tan vital, que parte de la reproducción es el periodo fuera del útero, en los brazos de adultos atentos.

Así que, en cierto modo, es como si el embarazo continuara incluso después del parto, salvo que fuera el bebé se alimenta de leche y ya no de sangre. Cuidar de un bebé primate, al que hay que cargar[3] y amamantar mucho, es intenso y requiere mucho tiempo y energía. Y las personas que asumen esta labor necesitan mucho apoyo de su familia, de su comunidad. Necesitan conexiones porque la lactancia es un arte de imitación y un conjunto de gestos, de “técnicas corporales” que se transmiten de mujer a mujer, de igual a igual, de generación en generación. En segundo lugar, las parentalidades lactantes necesitan que los miembros de su comunidad atiendan sus necesidades básicas: alimentación, higiene, descanso, sueño, socialización, reconocimiento del valor de su “labor reproductiva”. Por último, necesitan compartir sus experiencias: sus dudas, sus preguntas, sus dificultades, pero también su orgullo y su alegría con otras personas más experimentadas o con oídos empáticos, y necesitan transmitir los conocimientos adquiridos, el saber hacer.

Este es el significado de la expresión “se necesita una aldea”: las madres y las parentalidades que dan el pecho necesitan cuidados locales que emanan de su comunidad. De igual manera, necesitan que se les “materne”; de igual manera, necesitan que se les “cargue”, en sentido figurado. Estos cuidados no pueden confiarse a una sola persona, como la pareja, por ejemplo, sino que deben repartirse entre todos los miembros de una comunidad más amplia, para que la labor reproductiva sea compartido y más llevadero para todas y todos. Las madres y las parentalidades necesitan vínculos inmediatos y a corta distancia, pero también necesitan estar al alcance de brazos cálidos, tranquilizadores y solidarios. Es en el seno de vínculos sociales estrechos y cálidos donde los bebés se desarrollan mejor. La aldea, como metáfora de esta comunidad que rodea a madres, padres, parentalidades y bebés, es la unidad ecológica básica para su desarrollo, mucho más que la familia nuclear a la que desgraciadamente se ven reducidos un gran número de madres, padres, parentalidades y bebés hoy en día.

Daliborka Milovanovic

[1] Según Robin Dunbar, profesor de psicología de la Universidad de Oxford, nuestro “capital” social es limitado. De hecho, según un estudio de 2016 publicado en la Royal Society Open Science, el número máximo de personas con las que podemos mantener relaciones avanzadas ronda las 150. Este límite está relacionado con el tamaño de nuestro cerebro.

[2] Varios de sus reflejos arcaicos están destinados a garantizar este apego (la succión, el agarre o prensión palmar y el reflejo de enraizamiento, la capacidad de encontrar el pecho). La palabra española “agarre” (de “agarrar”), que designa la capacidad de fijar la boca en el pecho lactante, es muy evocadora de esta capacidad de coger fuertemente, arraigarse y aferrarse de forma segura.

[3] Los bebés que están en brazos lloran poco. Pero no tiene por qué ser sólo la madre quien sostenga al bebé.