Diana West, BA, IBCLC, Long Valley, New Jersey, EEUU
Traducido por Eva Marsal, Barcelona, España
Amamantar después de una operación de reducción mamaria
Cuando me quedé embarazada por primera vez, lo único que sabía con certeza era que no iba a amamantar. Me había operado de reducción mamaria y mi cirujano había dicho que era imposible. Cuando me operé tenía 25 años y no había marido a la vista, menos aún niños, por lo que no parecía importante. Pensé que solo tendría que usar leche de fórmula cuando los tuviera, ¿qué diferencia podría haber? Durante mi primer embarazo, me salté todos los capítulos de lactancia materna en todos los libros que leí sobre el embarazo y programé operarme el pie una semana después de dar a luz, ya que no tendría que preocuparme sobre los medicamentos que pudieran influir en mi leche.
Pero la naturaleza tenía una idea diferente acerca de todo esto. Mi hijo Alex nació después de un largo trabajo de parto y de tres horas empujando bajo el efecto de una epidural total, pero tan pronto como lo vi, sentí una necesidad inmediata e innegable de atraerlo a mi pecho. No importaba que “no pudiera amamantar”. Sólo le quería allí, sin importarme nada más. Él se prendió bien al pecho y algo cambió en mí en ese momento: de repente supe que quería amamantar. Pude ver que tenía calostro (la primera leche), así que tal vez el cirujano se había equivocado. Tal vez podría hacerlo después de todo. Y estaba decidida a intentarlo. Seguí poniéndomelo al pecho cada vez que parecía que quería mamar. Nunca olvidaré a mi suegro diciendo, “¡lo estás haciendo, mamá!”
Al final de ese primer y largo día, la enfermera del hospital insistió en llevarse a Alex a la sala de recién nacidos para que yo pudiera dormir. Ella parecía segura de que eso era lo mejor, así que accedí a regañadientes a dejarle. Tan pronto le solté, parecía que los brazos me dolieran por su ausencia. Permanecí despierta, incapaz de dormir, mientras que mi marido Brad dormía profundamente en la otra cama de la habitación. Tras una hora de sufrir por mi bebé, me puse las zapatillas y arrastré los pies por el pasillo hasta la sala de recién nacidos. Tan pronto como llegué, el personal dijo, “¡Gracias a Dios! ¡Ha estado llorando desde que entró! ” Le cogí y me senté en la mecedora. Le di el pecho hasta que estuvo feliz de nuevo y luego me lo llevé a la habitación. Cuando tuve sueño, desperté a mi marido para que lo cogiera y así poder dormir un poco. Nos fuimos intercambiando hasta que nos dieron de alta del hospital al día siguiente. Casi nunca lloró de nuevo en esos primeros días.
Alex parecía estar mamando bien -yo no sentía ningún dolor-, pero después de unos días, perdió tanto peso que nos dimos cuenta de que no estaba recibiendo suficiente leche y tuvimos que comenzar la suplementación. El pediatra me dio la tarjeta de una especialista en lactancia y concerté una cita. Ella me enseñó una nueva forma de suplementar usando un suplementador pegado al pecho, con el que mi bebé podía tomar la leche de fórmula mientras mamaba. Me encantó la idea porque me hacía sentir como una madre que sólo da el pecho.
Sin embargo, usándolo en el día a día descubrí que no siempre nos iba bien este sistema, así que había un montón de veces en que simplemente le daba la leche con biberón. Y sin saber la diferencia, utilizamos tetinas que se comercializaban como las mejores para la lactancia materna, con forma anatómica y que, ciertamente, no se parecían en nada a mis pezones. Alrededor de los tres meses, Alex comenzó a negarse rotundamente a mamar, prefiriendo las tetinas anatómicas y el flujo más rápido de los biberones. Gritaba cada vez que le acercaba al pecho.
Yo no sabía lo suficiente como para superar lo que más tarde aprendí que era una huelga de lactancia, pero en ese momento estaba tan involucrada en amamantar y darle mi leche que empecé a extraerme varias veces al día. La mayor parte de los días, era capaz de extraerme aproximadamente el 60% de la leche que necesitaba. Pero había muchas veces en que mis pechos estaban llenos de leche y él estaba hambriento y llorando mientras me apresuraba a prepararle el biberón. Me moría de ganas de amamantarle directamente al pecho, pero sabía que él gritaría si lo intentaba. Me rompía el corazón.
Fue aún peor descubrir que Alex era muy alérgico a la leche de fórmula estándar. Le salieron erupciones de eczema con sangre en todo el cuerpo y vomitaba cualquier leche fórmula, excepto la leche hipoalergénica con proteínas predigeridas, que era extremadamente cara. Nos costaba mucho comprarla, pero no había ninguna otra opción hasta que una madre que conocí por internet me dio varios centenares de mililitros de leche congelada1. Compramos un congelador para guardarla y hacer que durara lo máximo posible, pero aun así tuvimos que complementar con fórmula hasta que tuvo más de dos años, porque también desarrolló alergias a una larga lista de alimentos.
Estaba tan decidida a darle la mayor cantidad de mi leche posible que seguí extrayéndome leche hasta que Alex tenía 14 meses, cuando me quedé embarazada de mi segundo bebé y la extracción empezó a doler demasiado. Durante las largas horas de extracción, empecé a explorar “Usenet Newsgroups” (las primeras páginas en Internet para encontrar a otras personas) sobre lactancia materna. Pasé mucho tiempo leyendo los mensajes y conectando con otras madres que amamantan. Cinco de nosotras que nos habíamos operado de reducción mamaria empezamos una lista de correo electrónico para mujeres que intentaban amamantar después de este tipo de cirugía. Lo llamamos “BFAR” (las siglas corresponden a “BreastFeeding After Reduction”, lactancia materna después de la reducción). Después empecé la página web bfar.org para compartir la información que habíamos aprendido. La lista de correo electrónico creció y creció, y con el tiempo se convirtió en un foro en la página web bfar.org, y un grupo en Facebook.
Mi cuñada me había advertido sobre la Liga de La Leche, diciendo que eran demasiado radicales, pero mis nuevas amigas me la recomendaron, así que decidí ir a una reunión. Estaba nerviosa pensando que las mamás me iban a juzgar mal por alimentar a mi bebé con biberón, pero me ofrecieron un gran apoyo por estar todavía extrayéndome leche, a pesar de que mi bebé no mamara, y fueron muy comprensivas con el hecho de que no podía producir suficiente leche a causa de una operación de reducción mamaria. De hecho, después de la primera reunión, un grupo de madres se acercaron a mí y me dijeron que era un “heroína” por esforzarme tanto para darle mi leche a mi bebé, lo que inmediatamente me hizo romper a llorar.
Me sentí tan aceptada por ese grupo que me involucré mucho en él e incluso solicité convertirme en monitora con apoyo entusiasta. Por supuesto, mi solicitud fue rechazada amablemente porque no había amamantado a un bebé el tiempo suficiente para tener experiencia de primera mano. Entendí completamente esa razón como válida y me decidí a volver a solicitarlo cuando hubiera amamantado a mi próximo bebé el tiempo mínimo requerido de nueve meses.
Cuando me quedé embarazada de nuevo, estaba apasionadamente decidida a hacer todo lo posible para que la lactancia materna tuviera más éxito. Encargué todo tipo de galactagogos herbales conocidos en ese momento, compré dos suplementadores, alquilé dos clases de extractores de leche de tipo hospitalario, y luego tomé una decisión que probablemente hizo la diferencia: dar a luz con comadronas en un centro de maternidad independiente (que no está conectado al hospital, pero lo suficientemente cerca para llegar allí rápidamente si había un problema) en Bethesda, Maryland, para que pudiera tener un parto sin intervención ni medicamentos.
Me puse de parto una semana después de la fecha prevista y dilaté tan rápido sin ningún tipo de medicamentos que di a luz a mi segundo hijo, a quien llamamos Ben, unos 20 minutos después de llegar al centro de maternidad. Él se prendió inmediatamente al pecho y nunca se separó de mi lado. Lo más asombroso de todo es que nunca perdió un gramo de peso. Me subió la leche al final del segundo día y él ganó y ganó y ganó y ganó cada vez más peso. Yo estaba esperando el momento en que tendríamos que empezar a suplementar, pero nunca llegó la ocasión. Ganó peso tan rápidamente que ya estaba en el percentil 90 en la primera visita con el médico y allí se mantuvo durante gran parte de su infancia. ¡Qué sorpresa después de toda mi preparación para una baja producción!
Aprendí cómo conectar profundamente con mis hijos, incluso cuando no podía amamantarles. Sentí que criar a mis hijos era la forma más satisfactoria de pasar mis días, aunque algunos fueron difíciles. Y descubrí una hermandad entre las madres lactantes que me aceptaron de todo corazón como un miembro de su tribu.
Esto no quiere decir que no hubiera momentos en que lloraba tan fuerte y tanto tiempo que me preguntaba si necesitaba leche de fórmula. Pero entonces miraba sus “michelines” regordetes y esa era la mejor prueba de que no se moría de hambre. Nunca necesité darle leche de fórmula y nunca necesitó un biberón. Me dolieron muchísimo los pezones durante 12 semanas, pero finalmente las grietas se curaron y dejaron de doler. Nadie podía entender por qué me dolía – el agarre se veía bien. Mucho más tarde supe que tenía el frenillo posterior corto, pero por suerte nunca afectó a mi producción de leche.
La experiencia de amamantar sin suplementar era el paraíso en la tierra. Desaparecieron los biberones, esas horribles tetinas anatómicas, y los carísimos botes de leche de fórmula en polvo. La piel de Ben era suave como la mantequilla y no tuvo ninguna alergia cuando empezó a comer sólidos. Pero lo mejor de todo fue poder calmar a mi bebé en mi pecho, criarle a través de la lactancia materna, tal como mi instinto me pedía hacer desde el primer día en el hospital con Alex. Aprendí una forma totalmente nueva de crianza a través de la lactancia materna y de la Liga de La Leche, que suponía una mejora drástica respecto a la manera estricta y punitiva con la que yo había sido criada. Aprendí cómo conectar profundamente con mis hijos, incluso cuando no podía amamantarles. Sentí que criar a mis hijos era la forma más satisfactoria de pasar mis días, aunque algunos fueron difíciles. Y descubrí una hermandad entre las madres lactantes que me aceptaron de todo corazón como un miembro de su tribu.
Durante el primer año de Ben, volví a solicitar ser monitora de la Liga de La Leche y mi petición fue aceptada. Completé mi formación y me acredité con gran rapidez. Me convertí en una monitora muy activa en mi grupo local y también con la lista de correo electrónico BFAR y la página web. Ben mamó hasta que tenía unos tres años, justo después me quedé embarazada por tercera vez.
Tardé unos dos años en escribir Defining Your Own Success: Breastfeeding After Breast Reduction Surgery y estábamos editando las últimas páginas del libro cuando se acercaba la fecha prevista para el nacimiento de mi tercer bebé. Le pedí que esperara un poco a nacer hasta que pudiéramos terminar la edición y felizmente estuvo acuerdo, porque el parto no se inició hasta tres semanas después de la fecha prevista, cuando el libro ya estaba terminado.
Quinn nació en el mismo centro de maternidad independiente. A diferencia de Ben, sin embargo, no se prendió fácilmente al pecho después del primer día y tuve que alimentarle con el dedo durante varios días hasta que lo hizo bien (http://www.breastfeedinginc.ca/content.php?pagename=doc-F-CF). Requirió un poco de persistencia, la creencia absoluta de que ese niño había sido biológicamente diseñado para mamar, y mucho tiempo de contacto piel con piel, pero finalmente lo superamos y se crió maravillosamente al pecho. Nunca me dolió y Quinn ganó peso tan bien como su hermano Ben, no necesitando nunca fórmula ni biberón.
Como iba a ser mi último bebé, decidí que Quinn se destetara cuando él quisiera, sin ningún tipo de presión (aunque poniendo límites a algunas tomas durante la noche). Pero un día, cuando tenía unos cuatro años y medio, me di cuenta de que hacía casi una semana que no mamaba. Le pedí que mamara sólo una vez más para que yo pudiera tener un último recuerdo. Él felizmente aceptó, pero nunca volvió a pedirlo. Mis días de lactancia habían terminado. Pero supe que siempre me consideraría una madre lactante. Se había convertido en una parte querida de mi identidad y la insignia de mi hermandad.
Unos años más tarde, sumé el tiempo que había estado dando el pecho o embarazada y me di cuenta de que había amamantado durante 11 años consecutivos. ¡No está mal para una madre que nunca, nunca planeó amamantar!