Determinadas a amamantar: tres madres guatemaltecas comparten sus secretos para combinar el trabajo con la lactancia.

(Versión en inglés: Determined to Breastfeed: Three Guatemalan Mothers Share Their Secrets to Combining Work with Breastfeeding)

Las madres en Guatemala tienen el derecho legal de dedicar una hora al día a amamantar o a extraer leche materna para sus bebés durante las horas de trabajo. Aquí, escucharemos a tres madres que superaron varios obstáculos para alimentar a sus bebés con leche materna exitosamente, al mismo tiempo que continuaban con sus carreras profesionales.

Emmy Barrios Aguilera y su familia disfrutan riéndose y divirtiéndose juntos. (foto: familia con las tres niñas, ella es la morena de lentes)
POR EMMY BARRIOS AGUILERA

Vivir la lactancia con mis tres hijas fue una de las mejores experiencias de mi vida. Sentir su calor y oír la succión a mitad de la noche ha sido la música más hermosa que he escuchado. Aún cuando en ciertas noches la demanda era más de lo habitual y no podía evitar que el despertador sonara en la mañana, no cambiaría por nada esos preciosos momentos con mis bebés.

Tras la licencia de maternidad que siguió después del nacimiento de cada una de mis hijas, yo había decidido continuar con mi carrera de educadora y socióloga. Hice todos los esfuerzos por mantener la lactancia exclusiva el mayor tiempo posible. Los fines de semana las alimentaba solo con mi pecho, incluso aunque tuviera leche extraída almacenada. Con cada bebé era más complicado, porque, por supuesto, las otras niñas todavía requerían mi atención. Aprovechaba cada momento con ellas para tenerlas cerca, en brazos, muy pegaditas a mí. La lactancia no solo es el hecho de amamantar, sino también una forma de crianza cercana, dedicada, de apego y profunda conexión.

Cada día llevaba mi hielera para extraer la lechita. La acumulaba para dejársela a las abuelas de mis hijas que con mucho amor la calentaban al baño María. Aprendí a conservar, congelar y calentar la leche. Antes de acostarme, al levantarme y los fines de semana también trataba de sacar un poco, para asegurarme de que hubiera suficiente para mis bebés. No siempre lo logré, pero siempre hice el intento. Amamantar a mis hijas dejó un legado de atención, salud y cercanía que ha generado un vínculo especial con cada una de ellas. De alguna manera también es una experiencia de maternidad íntima y de realización laboral que deseo que muchas más mamás trabajadoras logren disfrutar.

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POR ATALA ARRIOLA MANSILLA
Atala Arriola Mansilla y sus hijos, listos para embarcarse en nuevas aventuras. (foto: mamá con los dos niños)

Soy mamá de dos hijos, una nena de seis y un varón de dos años y cinco meses.

A la chica grande le di de mamar tres años y un mes. Al nene aún le doy pecho. Durante ambas lactancias he repartido mi tiempo entre el trabajo, algunos quehaceres de la casa y, sobre todo, mi familia. Me dedico a la docencia y eso es una ventaja por el horario. Debo resaltar que soy afortunada, ya que he tenido el privilegio de llevar a mis hijos al trabajo conmigo, lo que me permite dar el pecho cuando ellos quieran. Al principio no fue fácil, por los cortos tiempos entre cada comida. Pero los beneficios son muchos, así que puedo decir que el sacrificio, las carreras y todo lo que eso implica lo volvería a hacer una y otra vez.

Mis hijos no han padecido muchas enfermedades, así que no ha sido necesario faltar a mi trabajo. Hemos ahorrado en fórmulas, viajamos sin tantas cosas, comen en el momento que es necesario y, lo más importante, el vínculo que se forma entre nosotros es increíble. La oportunidad de vernos a los ojos crea confianza y fortalece los lazos de amor; el saber que ese momento es nuestro y solo nuestro es un gran tesoro.

Doy gracias a Dios porque me dio la oportunidad de lactar a mis hijos hasta cuando decidimos parar. Pude hacerlo sin dejar de trabajar. Muchas veces, amamanté apoyándome en cojines y con el computador enfrente; aprendí a usar la otra mano para calificar o planificar. Aprendí a ser creativa para balancear todas mis labores sin dejar de trabajar.

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POR THELMA LÓPEZ AGUILAR
Thelma López Aguilar y su familia disfrutando un momento tranquilo en el agua. (foto: familia con los dos varones y el papá enfrente.)

Soy mamá de dos jóvenes adolescentes de dieciocho y catorce años.  Cuando Elizabeth Dary, una querida Líder de la Liga de La Leche, me pidió dar mi testimonio sobre la lactancia materna y el trabajo, me llené de una mezcla de sentimientos: emoción, nostalgia y mucha alegría y satisfacción.

Yo siempre he trabajado fuera de casa. Cuando mis hijos nacieron, para mí fue un conflicto regresar a trabajar. Por ello, laboré hasta el último día posible antes de tenerlos a cada uno, para poder juntar la licencia de maternidad pre- y postnatal —que sumaba ochenta y cinco días (¡aún recuerdo claramente!)— y estar con ellos más tiempo.

Antes de que naciera mi primer hijo, leí sobre lactancia materna. Una de mis cuñadas, Elizabeth, me ayudó a encontrar material, por lo que cuando nació Erwin yo ya había decidido que lo mejor para mi bebé era la lactancia exclusiva. No sabía bien cómo iba a hacerlo cuando regresara a trabajar, pero estaba convencida de que lo tenía que lograr. Como planeaba volver al trabajo a los casi tres meses, a los dos meses y medio empecé a ponerle horario a la lactancia: cada tres horas. Además, desde los dos meses, ¡empecé a hacer mi banco de leche!

Tengo la ventaja de que mi trabajo, aunque es todo el día, no es con un horario fijo. Por la mañana, mi familia le daba un biberón con mi leche a mi hijo mayor. Yo buscaba un baño allí donde estuviera trabajando cada día para extraerme la leche a media mañana. Iba preparada con mi hielera y aprendí a extraerme la leche con mi mano. ¡Creo que me volví experta! Corría a almorzar a casa de mi suegra y amamantaba a mi bebé a medio día; luego tomaba mi hora diaria para extraer leche por la tarde. De esa manera me quedaba bastante para alimentarlo al día siguiente.

Los fines de semana amamantaba a petición de cada uno de mis hijos y no les daba biberón. Cuando crecieron más, ya comían un poco y eso me permitió extraerme con menos frecuencia.

Incluso tuve que viajar un par de veces y, teniendo la suficiente cantidad de leche en mi banco, logré que solo tomaran de ahí. Durante mis viajes me extraje la leche todo el tiempo que pude, pero lamentablemente tenía que desecharla por la falta de refrigeración continua. Al regresar, los amamanté de nuevo y volvieron a mamar sin problema, superando mi miedo de que ellos rechazaran mi pecho.

Con mi segundo hijo, Daniel, me costó mucho más darle leche extraída porque no le gustaba ninguna tetina. ¡Las probé todas!  Logré organizarme y corría mucho para darle solo de mi pecho, con un horario, siempre de la forma en que lo hice con mi primer hijo; y a los seis meses, que ya le daba agua en vaso de entrenamiento, en otro vaso igual tomaba de mi leche.

Les puedo decir que al mirar atrás me siento bendecida y muy contenta de haber logrado combinar el trabajo y la lactancia. A pesar de que casi todas las personas me decían que mejor les diera fórmula y que no me complicara, ¡sí se puede!