Mi Depresión Postparto

Mi Depresión Postparto

Categories: Breastfeeding Today, Español, Global Community

Hanny Ghazi, Paris, France & traducido por Hanny Ghazi

Pasar por una depresión postparto no es la parte más difícil de la vida de una madre.

Mi esposo y yo encargamos nuestro primer bebé un año después de habernos casado. A pesar de habernos tomado por sorpresa la noticia, estábamos emocionados e ilusionados. Yo personalmente siempre he amado los niños. En mi país de origen, Colombia, trabajé como profesora de inglés en un instituto. Las mamás de mis pequeños estudiantes siempre me dijeron que sería una excelente madre. Yo respondía siempre agradeciendo el cumplido y agregando que “ojalá tuviera esa dicha algún día”. Algo en mi interior me decía que el camino no sería tan fácil.

Mi embarazo, sin embargo, fue un momento maravilloso. Siempre dudé de mí misma, de mi imagen, de mi valor. Pero en ese momento, por primera vez en mi vida me sentía hermosa y poderosa. Me encantaba ver como mi vientre se iba redondeando, como mis pechos se agrandaban, como todo mi cuerpo cambiaba al haber acogido a esa semillita que crecía en mi interior.

Leí la “Guía para el Nacimiento de los Niños” de Ina May-Gaskin y esperaba tener un parto similar a los que ella describe en su libro. Con las mínimas intervenciones posibles y tan tranquilo como lo fuera posible, para mí y para mi bebé. Hice sesiones de yoga prenatal, leí todo lo que encontré sobre el parto, la lactancia, el sueño, la alimentación del bebé, compré DVDs para ver partos. Hice mi tarea lo mejor que pude.

Mi parto no salió como lo esperaba el hospital donde nació mi hijo. Habían atendido aproximadamente 30 parturientas la noche anterior y yo tuve la mala suerte de ser la última de la fila. Todo el mundo estaba exhausto y quería irse a casa. Así fue como, a únicamente 6 cm de dilatación, y 8 horas después de haber sido admitida, la matrona decidió que era momento de acelerar las cosas y romper mi bolsa de aguas. Acto seguido, me ordenó acostarme en la camilla y me informó que de ahí en adelante no podría levantarme más. A partir de ahí los sucesos se encadenaron uno tras otro como una bola de nieve: acostada no pude soportar más las contracciones, me pusieron una anestesia epidural, mi bebé presentó sufrimiento fetal y terminé en el quirófano para una cesárea de urgencia.

Vi a mi pequeñín unos segundos una vez lo extrajeron, estaba furioso y gritaba. Yo solo alcancé a susurrar su nombre. Luego pasé dos horas más en el quirófano mientras me suturaban y limpiaban. Pasado este tiempo finalmente fui a reencontrarme con mi hijo. Lo habían limpiado, pesado, medido, vestido y acomodado en una caja de plástico transparente con su nombre. Mi esposo le había tomado un par de fotos mientras me esperaban. Hoy día sé que él quería mamar. En las fotos aparece mordiéndose sus puñitos y moviendo su cabeza de lado a lado. Estaba buscando el pecho que tardaría demasiado en llegar.

Cuando finalmente lo tuve en mis brazos, la enfermera que me lo entregó me preguntó si deseaba amamantarlo (en Francia no lo hacen todas las mujeres). Yo respondí que sí mientras lo miraba fijamente. Lo pusieron en mi pecho y el pobrecito se durmió. Había esperado demasiado y ya no tenía fuerzas para mamar.

Es tan triste recordar ahora ese momento. Yo lo miraba y no sentía absolutamente nada. O sí : deseos de salir corriendo, de irme a casa, de volver a estar embarazada, de tener de regreso mi hermoso vientre redondo con el que había ingresado al hospital hacía solo unas horas. Mi vientre hermoso adentro del cual estaba el bebé que yo había soñado. El bebé gordo y rosado que yo deseaba. No este flaquito que acababa de dormirse encima mío.

Por una parte, yo no conocía mucho el proceso del inicio de la lactancia, y por otra parte supongo que inconscientemente rechazaba el contacto con mi hijo y sólo hacía lo que “obligatoriamente” tenía que hacer, que era ofrecerle el pecho cuando lloraba. De cualquier forma, no le ofrecía el pecho tan a menudo como él lo hubiera deseado y además acepté cuando las enfermeras quisieron darle leche artificial para callarlo. “Él llora porque tiene hambre”, es decir que mi calostro no le era suficiente. Y además “sabe feo” recuerdo que mi madre comentó. Como resultado de todo esto, mi subida de leche tardó cinco días.

Yo pasé los siguientes días y meses quejándome de mi cesárea con cada persona que estuvo dispuesta a escucharme. Cada persona que vino a conocer a mi bebé, cada médico que vi después de mi parto.

Pero, ¿cómo me atrevía? ¡Estaba aguando la fiesta! Debía estar feliz, había tenido un bebé hermoso, eso era lo que importaba. Lo que tenía que hacer era irme al salón de belleza, arreglarme el pelo, ponerme ropa nueva y asunto arreglado. Esa era la sugerencia que me repetía mi suegra sin cesar.

Yo mientras tanto vacilaba entre “¿por qué no siento nada por este bebé?” y “¡oh, no! soy un monstruo, no siento nada por este bebé” al tiempo que la gente a mi alrededor callaba mis quejas. “Te tocó la fácil, estuviste de buenas”, me diría un amigo de colegio al venir a conocer a mi hijo con su familia y escuchar mi interminable historia de cesárea.

Me di cuenta entonces de que me trataban como a una niña. Cuando un niño se cae, y llora porque se lastimó, el adulto lo reprende y le indica que se pare de nuevo porque “no pasó nada”. El niño aprende a tragarse su dolor y su necesidad de ser abrazado y consolado porque no hay cabida para su sentir.

De igual manera, esta sociedad no tolera que una mujer se lamente por no haber tenido el parto que deseó. Debes ponerte en pie y olvidarte del asunto. No importa si te duele o no. Al final, o te cansas de quejarte y sigues con tu vida, o al menos te callas porque nadie desea escucharte.

Esta sociedad es tan dura que no solo te impide expresar tu desdicha, incluso te exige que estés feliz por la manera en que las cosas pasaron y que veas “el lado positivo”. Al final no tuviste que pasar por una episiotomía, tu vagina está intacta, se la puedes continuar ofreciendo a tu marido como antes, ¿no ves la suerte que tienes?

Y lo peor de todo, en mi opinión, no eres “suficientemente” mujer porque en realidad no pariste.

Sí, así simplemente. No puedes quejarte, no puedes sufrir, tuviste suerte, alégrate de tu hermoso bebé pero un momento: nunca serás tan mujer como aquellas que pujaron fuerte para traer a sus bebés a este mundo.

¿Cómo?!

Pero eso es exactamente lo que mi adorada abuela, una de las personas que más amo en este mundo, me dijo al teléfono unas horas después del nacimiento de mi hijo. “Mijita, sumercé no iba a poder parir, usted siempre fue una flaquita”.

No es raro entonces que la depresión postparto y el desorden de estrés postraumático se parezcan tanto. Entre más leo más claro es para mí: esta sociedad es horriblemente violenta con las mujeres.

Somos unas heroínas por sobrevivir la violencia con la que nos tratan.

Porque no solo las prácticas relacionadas con el nacimiento de los bebés arruinan completamente el desarrollo que la Madre Naturaleza diseñó para la continuación de nuestra raza, nuestra civilización continúa mutilando a las mujeres callándolas y no ayudándolas a sanar. Y cuando el último recurso que podría ayudarla (la lactancia) no funciona como esperado, eso también le es arrebatado, en vez de apoyarla y guiarla para que el proceso funcione.

Yo sané de este parto. Parcialmente. Aún tengo lágrimas en mis ojos cuando lo recuerdo pero logré desarrollar un vínculo afectivo con mi hijo. Algo que temí nunca ocurriría.

Lo amo más que a nadie en el mundo. Es hermoso y perfecto ante mis ojos y quiero protegerlo y que sea feliz.

¿Cómo ocurrió esto si al momento de su nacimiento yo no sentía nada por él?

A través de las hormonas mágicas de la lactancia.

¿Qué habría pasado si todos los problemas de lactancia con que me topé me hubieran hecho abandonar el asunto?

Probablemente hoy sería otra madre fría y desapegada criando un niño que sería un adulto desdichado que contribuiría a hacer más infeliz este mundo.

Pero yo detuve la bola de nieve que comenzó el día de mi parto. Yo retomé el poder. Gracias a la lactancia.

La depresión postparto no me permitió desarrollar un vínculo normal y natural al nacimiento de mi bebé y por casi nueve meses. Esos momentos nunca volveré a vivirlos de nuevo, lastimosamente. Pero al menos ya dejé de autoflagelarme y entendí que soy una heroína. Logré convertirme en la mamá que quería ser A PESAR de todo lo que tuvimos que pasar mi hijo y yo.

Yo creo que es hora de que las mujeres nos arremanguemos la blusa y reclamemos nuestros derechos a disfrutar lo que la naturaleza nos destinó a disfrutar: la maravilla de la maternidad.