POR REBECA TORRES, DE JALISCO, MÉXICO
(Versión en inglés: My Preemie)
Comencé con un pequeño cólico, pero durante el transcurso del día los dolores aumentaron y me di cuenta de que estaba teniendo contracciones. No fue sino hasta que mi esposo salió de trabajar que me pudo llevar al doctor. No podía creerlo: ¡Tenía cuatro centímetros de dilatación! Me enviaron de urgencia al hospital y, de camino a allí, yo sentía las contracciones cada cinco minutos. Cuando llegamos ya eran siete centímetros y los doctores dijeron que el niño tendría que nacer. Me asusté mucho, ya que en el ultrasonido parecía tener apenas veintiocho semanas, no las treinta y uno que yo creía. Iba a ser un bebé prematuro.
«La peor noche de mi vida»

El bebé nació muy rápido, pesando apenas 1210 g y midiendo 36 cm. Inmediatamente después de nacer, el personal del hospital se lo llevó para monitorearlo. No me lo dieron; ni siquiera pude verlo- Pregunté por él, pero la pediatra dijo que estaba muy delicado y no sabía si se pondría bien. En ese momento me pasaron a otro cuarto. Yo empecé a gritar y llorar como loca por mi bebé. Me tuvieron que pasar a cuidados intensivos porque mi presión sanguínea estaba fuera de control. Yo les preguntaba a todos «¿Dónde está mi bebé?», pero nadie me explicaba las razones por las que se habían llevado a Lucas. Fue la peor noche de mi vida.
No fue sino hasta el día siguiente, durante la hora de visita, que mi esposo me dijo que ya lo había visto; pequeño y lleno de tubos, pero vivo. Me sentí un poco más tranquila, aunque no tenía permitido conocerlo hasta que me dieran de alta. Mi precioso bebé, en una incubadora llena de aparatos, todo rojito y pequeñito. Me sentía tan impotente al no poder hacer nada; solo sabía que lo daría todo por él. Fue entonces que supe cómo lo podía ayudar: dándole mi leche; ¡eso sería lo mejor que podría hacer por él!
Yéndome a casa con las manos vacías
Con el corazón roto lo dejé en el hospital, pero me fui con un propósito: llevarle mi leche todos los días. No fue nada fácil, ya que al principio no sabía cómo extraerme la leche. Le doy gracias a una asesora de lactancia que me ayudó a sacar las primeras gotas de calostro —apenas ocho gotas, puedo recordar, pero sabía que serían oro líquido para mi bebé—. Así que el siguiente día tenía más confianza usando mi jeringa como me había mostrado la asesora. Continué sacándome la leche cada tres horasy, poco a poco, logré producir más leche.
Más desafíos por superar
Lucas pasó doce días en el hospital a causa de una infección. Para que lo pudieran dar de alta, tenía que aumentar de peso y aprender a comer por sí solo. Al principio fue muy difícil; se cansaba mucho al succionar y bajaba su saturación de oxígeno. Le dio anemia y tuvieron que transfundirlo. Ser papás canguro y sostenerlo cerca para que recibiera el calor de nuestra piel lo ayudó muchísimo.
Algunas enfermeras le daban de comer en vasito o jeringa, pero otras le daban en biberón —lo que parecía causarle confusión cuando se amamantaba—. Era muy poco lo que comía de mí cuando le daba pecho, así que las enfermeras tenían que completar la toma con el biberón, aunque siempre con mi leche.
Lucas no estaba mojando suficientes pañales. Se estaba deshidratando —como lo indicaban los cristales de urato que descubrimos con sorpresa en su pañal— y mis pezones se agrietaron. Aunque tuve que darle fórmula y mi producción de leche disminuyó, yo no quería dejar de amamantar, por lo que seguí insistiendo. Dos asesoras de lactancia me ayudaron a corregir su agarre y me alentaron a que siguiera amamantando para que, poco a poco, su confusión sobre el flujo de leche del pecho, más lento que el del biberón, desapareciera.
Una hernia, no la lactancia, es culpable
Después hubo otra complicación. Le salió una hernia en la ingle, que aumentó de tamaño debido al llanto permanente de mi bebé. Lloraba todo el tiempo y rara vez descansaba para recuperarse. El personal del hospital seguía pensando que la causa era que mi leche no lo llenaba, pero yo sabía que era por la hernia, lo que comprobé después de que lo operaron, pues comenzó a comer mejor y a dormir más.
Antes de la operación tuve que regresar a trabajar, así que comencé mi banco de leche con extracciones dos veces al día. La pediatra me aconsejó que lo suplementara con fórmula infantil, ya que todavía estaba bajo de peso, pero su alimento principal seguía siendo la leche materna.

Revisando mi definición del éxito
Mi bebé ya está por cumplir un año y gracias a Dios lo sigo amamantando. Me he dado cuenta de que la maternidad no es nada fácil. Hay algunas madres que tienen más suerte y logran una lactancia exitosa desde el principio; a otras nos toca batallar más, pero cada una hace su mayor esfuerzo. Es por eso que a pesar de tantas complicaciones y de que tengo que suplementar con un poco de fórmula, sé que aún estoy amamantando con éxito, porque sobrepasamos todo y logré una conexión con mi hijo que no cambiaría por nada.